Mi opinión:
"El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos tramos y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos, pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo."
Lo queramos o no, de una manera u otra, el pasado siempre viene con nosotros de viaje, en nuestro presente y, cómo no, en nuestro futuro. Y más cuando se amó con demasiada pasión y entrega.
Sin embargo, a menudo uno mismo prefiere creer que ese pasado acabó por fallecer, está hoy enterrado y ya no despertará nunca más. No siempre depende de uno mismo ese regreso de nuestro propio ayer. Puede ser que terceras personas se crean con derecho a cerrar aquella puerta que ni uno mismo se atrevió a entornar, porque optó por creerla olvidada y no volver más la vista hacia ella, al menos no directamente. Puede ser también que, como efecto boomerang que rige el universo, todo aquello que hicimos y deshicimos nos regrese con la misma moneda.
Otoko nunca olvidaría su pasado. Incluso sentenció sus acciones presentes y futuras. Oki tampoco podría borrarlo, pero seguiría hacia delante. Sólo Keiko se creyó con derecho a despertar aquello que no le pertecenía, sin tener en cuenta que, posiblemente, el único resultado que obtendría sería destruirse a ella misma. Ya no sería el pasado de otra persona (en este caso, el de su maestra Otoko), sino el suyo propio el que la arrastraría por su hoy y su mañana.
Una vez más Kawabata ha conseguido sorprenderme gratamente con su pluma. mostrándome, a través de esta novela, una imagen de la venganza como catástrofe natural, como castigo impuesto por el propio órden cósmico.
Contraportada (Ed.Booket):Lo queramos o no, de una manera u otra, el pasado siempre viene con nosotros de viaje, en nuestro presente y, cómo no, en nuestro futuro. Y más cuando se amó con demasiada pasión y entrega.
Sin embargo, a menudo uno mismo prefiere creer que ese pasado acabó por fallecer, está hoy enterrado y ya no despertará nunca más. No siempre depende de uno mismo ese regreso de nuestro propio ayer. Puede ser que terceras personas se crean con derecho a cerrar aquella puerta que ni uno mismo se atrevió a entornar, porque optó por creerla olvidada y no volver más la vista hacia ella, al menos no directamente. Puede ser también que, como efecto boomerang que rige el universo, todo aquello que hicimos y deshicimos nos regrese con la misma moneda.
Otoko nunca olvidaría su pasado. Incluso sentenció sus acciones presentes y futuras. Oki tampoco podría borrarlo, pero seguiría hacia delante. Sólo Keiko se creyó con derecho a despertar aquello que no le pertecenía, sin tener en cuenta que, posiblemente, el único resultado que obtendría sería destruirse a ella misma. Ya no sería el pasado de otra persona (en este caso, el de su maestra Otoko), sino el suyo propio el que la arrastraría por su hoy y su mañana.
Una vez más Kawabata ha conseguido sorprenderme gratamente con su pluma. mostrándome, a través de esta novela, una imagen de la venganza como catástrofe natural, como castigo impuesto por el propio órden cósmico.
Impulsado por la nostalgia, Oki Toshio, un escritor casado, decide viajar a Kyoto para oír las campanas del templo en el Año Nuevo. Pero además quiere ver a Otoko, antigua amante a la que había humillado. Todavía hermosa, Otoko, ahora pintora, vive con su protegida, Keiko, una joven amoral, sensual y apasionada de apenas veinte años. Y lo que comienza como un reencuentro sentimental entre el maduro Oki y la discreta Otoko se convertirá, por voluntad de Keiko, decidida a vengar a su mentora, en un cruel drama de amor y destrucción.
Entre la ternura y la obsesión, la serenidad y el arrebato, Lo bello y lo triste es una de las obras cumbre de Kawabata, capaz de convertir el mero ajuste de un ceñidor en algo infinitamente erótico y perverso.
Entre la ternura y la obsesión, la serenidad y el arrebato, Lo bello y lo triste es una de las obras cumbre de Kawabata, capaz de convertir el mero ajuste de un ceñidor en algo infinitamente erótico y perverso.
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